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ISSN 1989-4163

NUMERO 75 - SEPTIEMBRE 2016

Insectos

Rosa Mª Ortega

 

     

   Un verano sin Vecina Mosca no es verano que se precie. Vamos a dejarlo claro desde el principio, que luego hay discusión sobre el tema y no procede, porque yo aviso ya de que se aproxima el Tifón Vecina Insecto Ibérica. Queda claro, ¿no? Pues eso. Ha pasado agosto, ergo, ha habido Vecina Tigre que te incrusta extravagancias en las entrañas cuando estás, por ejemplo, de descanso dominical. Porque yo, vacaciones, lo que viene siendo período vacacional de toda la vida en el cielo y en la Tierra, no he tenido sino que el domingo dominguero para dormir más que el lunes, el martes, el miércoles, el jueves, el viernes y el sábado. Esos días duermo hasta las siete de la mañana, que si hay nubes arriba, no ves un carajo de luz, pero si está despejado, con menos nubes que claros, es más que posible que se cuele un rayo tenue por la ventana del dormitorio, que como tengo la persiana rota hacia la mitad superior izquierda (bueno, más superior que la mitad), si hay suerte y solete, resulta que entra como por efecto doble, porque la persiana no cierra bien (una cuestión colateral que un día de estos tendré que comentar con mi padre, que es un manitas y lo mismo te arregla una persiana que te hace una maqueta de las Petronas de Kuala Lumpur). Total, que a las siete de la mañana no hay ser humano de grupo sanguíneo RH y estructura ósea y muscular que se levante de la cama si no tiene la persiana rota, porque las siete de la mañana es una hora coñaza de las buenas para despertar, y una hora espléndida y maravillosa para seguir dale que te pego al dormir. Pues yo me levanto a las siete para ir a trabajar. Excepto el domingo. Ese no. Ese me levanto cuando yo quiero. Pero a las siete no. Seguro, vamos. Aunque me despierte por inercia, porque tengo ya la hora enganchada en la sábana, pero es igual. Me quedo por huevos, allí, tumbada. Me obligo y punto. A las siete, ni hablar, el domingo.

   La cosa es que la Vecina Lepidóptera de arriba de mi cama tiene televisión a los pies de la suya. Que será una tele antigualla (aunque no la he visto, pero lo será). No será una 42 pulgadas ni plasma, pero el pulsador del volumen no se le estropeará mientras viva a la Vecina Mosquita. Te lo firmo, si hace falta. Lo sé como nunca antes he sabido nada con tan alto porcentaje de conocimiento adquirido. Y lo sé porque el domingo, a las siete y media de la mañana, enchufa el televisor a todo gas y decibelios perdidos para ver la Misa. Ella la ve y yo la oigo. Yo, y el resto del edificio. Por cojones. Que no sé qué suerte de sacerdocio instaura leyes papales o como quiérase llamar a las leyes que dictan que tiene que haber misa el domingo a las siete de la mañana. El domingo a las siete de la mañana se duerme a pierna suelta en la cama de un@, no se mira la misa ni cómo toman la Hostia los feligreses católicos practicantes. ¡¡Coño, ya!!

   Al final, duermo casi hasta las diez, como buenamente puedo. Y luego, ya me levanto y me digo: “voy a desayunar como una reina Leticia, de la tele a la balconera regia”. Así, en la terracita, con zumo de naranja, tostadas con crema de queso y mermelada de frambuesa (por hacerlo rollo americano cinéfilo, ¿sabes?). Y no me levanto a saludar a los viandantes porque eso ya me parece de muy realeza-señora-mía, que si no…también lo hago, ya ves tú el problema. Total… desayunando me hallo y mirando los arbolitos de la calle me siento, cuando veo bajar un palo, con una cuerda, con un gancho de hierro, con mugre, con extrañeza. Un señor palo que empieza a recular y golpea los barrotes de la baranda de mi balcón. Rollo péndulo, vamos. A la Vecina Escarabajo se le han caído las bragas del tendedero de su balcón y se han quedado enganchadas en el lateral del toldo del mío, y está intentando acertar con el gancho, la cuerda y el palo, a ver si logra izar las bragas, como se iza una bandera patria. A mí se me atraganta el queso de untar, que ya es dificilillo que se te atragante una crema liviana de queso. Pues se me atraganta. Casi lo echo. A un gancho estoy de echarlo en las bragas. Las de la señora, ¿eh? En las mías, no. Que además, yo llevo unas muy monas, nada que ver, con discreto encaje de licra en los laterales y algo más tupidas en el centro y en las nalgas. Preciosas, mis bragas. No como las que están enganchadas en el toldo de mi balcón, que ahora están subiendo y penduleando de un gancho con cierto grado de pringue y mierda (tal cual). Esas bragas tendrán que entrar de nuevo en la lavadora, si es que alguna vez han salido de ella.

   Finiquitada la hazaña del péndulo, prosigo con las tostadas y la mermelada de frambuesa. Por poco tiempo. La vecina Mantis Religiosa ha fregado su balcón, y el sentido común le dicta que cuando un@ pasa la fregona, luego hay que dejarla escurrir, pero no en el cubo, como el resto de habitantes del planeta terrenal. No. Eso no. Ella cuelga el palo de la fregona en modo vertical, con el mocho en la parte superior enganchado a las cuerdas del tendedero, de manera que el agua (probablemente más eau de braga que eau de grifo) cae en mi toldo y en los transeúntes que caminan con su barra de pan crujiente y calentita bajo el brazo, que acaban de comprar en la panadería de la esquina para desayunar. Pan crujiente y calentito con eau de braga, ¿qué te parece?

   Bueno. Y al final, la Vecina Abeja Reina baja a comprar ella también una barrita de pan de la esquina. Y aprovecha para sacar la bolsa de basura que no sacó anoche, por no salir en bata y pantuflas. Que es igual, porque esta mañana también baja en bata y pantuflas, no veo la diferencia entre hoy y anoche, pero sabrá ella sus cosas y sentido de la vergüenza. La cuestión es que la Apis Mellifera debe de haber matado con cuchillo jamonero a un jabalí en su cocina, a sangre fría, sin contemplaciones. Y debe de haber desechado los higadillos y las vísceras que no se va a comer a mediodía con el pan calentito que va a comprar. Así es que el revoltijo de tripas lo ha metido en la bolsa, que va dejando un rastro ensangrentado de gota gorda cada medio metro, desde el ascensor hasta la puerta del edificio. Eso lo veo yo más tarde, cuando bajo a despejarme un rato, porque antes, la Mujer Araña vuelve a subir y vuelve a equivocarse, como tantas otras veces, al pulsar el 2º en lugar de el 3º. Sale del ascensor e intenta introducir la llave en la cerradura de la puerta de MI casa. Y como no puede abrir, se da cuenta entonces de que no es SU casa. Y sube un piso más arriba. Y luego ya, bajo yo. A airearme.



 

 

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